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📜 Textos

🎭 29 de septiembre de 2025

La otredad como poética para habitar El lugar del otro

La otredad como poética para habitar El lugar del otro

Ángela Patricia Jiménez Castro*

Escuchar a Johan Velandia hablar sobre El lugar del otro, su último trabajo, a través de la pantalla (un encuentro por Google meet) es permitir mirarse en lo más profundo de sí mismo, es compartir el suspiro que él hace cuando empieza a hablar del primer encuentro que surge en la obra entre el padre y su hijo, cuando aflora la palabra herida, y la grieta se abre rápidamente para recordarnos que todos estamos o hemos atravesado ese lugar; pero es aún más removedor cuando en el diálogo nos lleva a pensar en las heridas de nuestros padres y en sus formas de habitarlas, probablemente desde lo más inconsciente y sin las herramientas necesarias para cruzarlas. Quizás muchas veces nos preguntemos qué sucede con las heridas que nunca se cierran; con las voces que quieren ser expresadas y escuchadas al mismo tiempo, pero que no encuentran ese espacio para manifestarse; incluso podemos pensar en el fin de aquellas heridas que nunca son reconocidas como tal y desvinculan la posibilidad de, literalmente, ponerse en el lugar del otro.

Según la Real Academia Española, la empatía es la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”, y, aunque en el texto la definición es rica en sentido y coincide con el deber ser de nuestras relaciones interpersonales, no siempre logramos llevar a la práctica, de manera genuina, esa comprensión del otro, y mucho menos si ese otro se trata de nuestros seres queridos, y, en especial, de nuestros padres. Este contexto se vincula con la noción de otredad, ese encontrarnos a nosotros mismos a través de la voz del otro; el entender que somos la construcción de un yo, a partir de un , que forma un nosotros, y, al mismo tiempo nos proporciona un tenso tejido relacional con la identidad o la mismidad, en donde la búsqueda por definir quién soy no se puede dar si no me veo ante el otro o lo otro que me refleja: el otro, pensado, por ejemplo, como mi historia, mis antepasados, mi familia; y, lo otro, como el artefacto mismo que nos rodea (el espejo, la fotografía, la pintura) y nos muestra quiénes fuimos ayer y quiénes somos hoy, en un proceso de reconstrucción de piezas que le dan sentido a la comunión con nuestro propio ser y con el mundo. El yo solitario no genera procesos de identidad; es necesario entonces el diálogo contrastivo con la mirada del otro, donde me pueda ver y diferenciar.

Desde esta perspectiva surge El lugar del otro, la última obra de la compañía colombiana La Congregación Teatro, que narra el encuentro de un hijo con su padre en un vagón del metro de Bogotá luego de diez años sin saber de él. Es una historia de ausencias, pero también de ideales, en donde Bogotá (la capital de Colombia) tiene un metro y el destino lleva a cruzar, en la Estación de los Héroes, los caminos de un padre —un obrero humilde—, con su hijo —un artista callejero que sueña con ser un actor—. En este encuentro ambos empiezan a descubrir su valentía, sus frustraciones profundas, sus batallas y el lugar que cada uno ocupa en el vagón de la historia del otro.

La Congregación Teatro es una de las compañías más esperadas en el Festival Internacional de Teatro de Manizales; cada año sus obras dejan huella en la escena de la ciudad, no solo por la propuesta escénica, trabajada desde una estética minimalista, sino por las temáticas que aborda: el país y sus conflictos, las secuelas de la violencia, las calamidades de nuestra sociedad, la relación con la familia, y ahora la paradoja —y el desafío— de pensarse a sí mismo, desde la perspectiva de la alteridad, tema que seguramente seguirá desarrollándose en otros trabajos del grupo.

El lugar del otro surge como una coproducción con el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo para estrenar la obra el Día del teatro, el pasado 27 de marzo de 2025, una oportunidad, según Johan Velandia, director de la compañía, “de poder concentrarme un poco en una historia sobre los artistas, y que en el día del teatro pudiéramos hablar del teatro desde el lugar de un artista emergente, que no es profesional, que no es un actor, ni un director, ni un dramaturgo, sino de estos chicos que hacen títeres en el metro”. Y aquí nace la idea del metro, como licencia fantástica para pensarse una Bogotá soñada e ideal, en la que se respeta el espacio del otro, se leen tranquilamente libros en este espacio y allí mismo se escucha a Vivaldi. De este contexto “parte toda esta obra, del arte y del artista en la ciudad, del artista de nuestros tiempos, y, sobre todo, el artista no académico, ni el que tiene la posibilidad de figurar en un reparto de televisión, en una serie, en una telenovela, o en una película, y ni siquiera en una obra de teatro o en una cartelera, sino el artista que vive su soledad y la comparte con su marioneta a los espectadores que van y vienen en una estación de metro”, puntualiza el dramaturgo.

Pero en medio de esta Bogotá civilizada y desarrollada, los conflictos internos se hacen profundos y se ven reflejados en la historia del artista con su padre, a partir de un diálogo donde comienzan a abrirse los ecos del dolor, los motivos de las ausencias, los ideales de cada uno y la necesidad de escucharse. En una capa más profunda de la historia aparece la idea de lo que significa ser hombre en la sociedad actual, identificar o enunciar cuál es nuestro ADN como colombianos y habitantes del mundo, cuál es nuestra visión del amor, del perdón, del olvido y del encuentro, como una posibilidad de mostrarnos vulnerables para deconstruir los patrones que históricamente se han tejido para configurar nuestra individualidad y relación colectiva al mismo tiempo.

La otredad como lugar del otro

El lugar del otro tiene una influencia del maestro Mauricio Kartun luego de dictar un taller que recibió La Congregación Teatro sobre escritura dramática en uno de los encuentros iberoamericanos de dramaturgia de Bogotá, formulado por la dramaturga, directora y actriz colombiana, Carolina Vivas con Umbral Teatro. Allí se abordó la transformación como proceso en el que aquello que está en desuso de nosotros mismos es posible convertirlo en materia de trabajo para reconfigurarse. También aparece la idea de la alteridad planteada por el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco, con la perspectiva de narciso, de verse a uno mismo en su obra de arte, pero de ir más allá para dar lugar al otro, mirarlo, interrogarlo y transformar su obra. En El lugar del otro, el hijo se reconoce en la música que escucha, en el reflejo de su títere, en su propia obra, y en su padre, quizás para así dejar los prejuicios y pensar que tal vez hubiera hecho lo mismo que él. La puesta en escena, situada en el vagón del metro, representa la vida, la casa y el hogar que este artista nunca tuvo y la resignificación de su propia existencia a través del vínculo que teje con las personas que entran o salen de cada vagón.

El lugar del otro será, con seguridad, una oportunidad de reflexión sobre la otredad como un escenario comunicativo de tensiones entre el yo y el mundo (de seres y cosas) que nos interpela directa o indirectamente, donde el lenguaje, o mejor, el arte, es la arquitectura que extiende puentes de diálogo para suturar la herida del alma y del tiempo como contingencia de lo humano, y enlazar, de nuevo, las uniones que estaban separadas, las naturalezas opuestas que, a su vez, son el principio contradictorio de la identidad. Desde la otredad logramos entender nuestros ideales sobre lo que queremos ser, tener, y sobre nuestros sueños. Finalmente es el amor el grito revolucionario para transformar la realidad, porque: “el mundo cambia / si dos se miran y se reconocen (Octavio Paz, Piedra del Sol)”, se desnudan para encontrarse a sí mismos y comprenderse desde las dualidades de la existencia que son compartidas. Y, en este sentido, el teatro nos permite vernos, modificarnos, no es posible salir del proceso teatral con la misma idea con la que se llega al patio de butacas, allí también se teje ese diálogo con la otredad, con el otro, con su cuerpo, con su gesto y la palabra expresada. Quiero evocar las palabras del dramaturgo Gabriel Calderón, quien dice que ir al teatro “no es solamente pagar por ver una historia, es comprar la posibilidad de participar en la creación de un espacio entre la vida y la muerte. Cuando se acepta esta comunicación, algo vital acontece”, y ese acontecimiento, que es la posibilidad de sentir e interpretarnos, nos invita a los espectadores a ser partícipes activos de la materialidad del actor, conectarnos con su alma y con su espíritu para crear el espacio simbólico unificado en que puede surgir una experiencia transformadora, pues allí el acontecimiento escénico se vuelve una oportunidad para experimentar juntos la autenticidad y lo esencial de la existencia.

*Docente universitaria. Crítica e investigadora teatral.