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📜 Textos

🎭 2 de septiembre de 2025

En el vagón de la soledad

En el vagón de la soledad

Wilson Escobar Ramírez*

En la Bogotá imaginada por Johan Velandia y su compañía La Congregación Teatro en su más reciente montaje “El lugar del otro”, ya existe metro y parece ser que los bogotanos lo cuidan tanto como los paisas de Medellín al suyo. Pero esa ciudad distópica sigue teniendo los rasgos de la urbe actual, con sus profundas brechas sociales y el rebusque de los artistas de la calle que allegan a las estaciones de este sistema de transporte, que tiene una particular asepsia.

Velandia construye un drama que, al inicio, coquetea con un humor negro y nos asoma a la pornomiseria de unos personajes anclados en los bajos fondos de su existencia mísera, de sus soledades compartidas: la de un padre que lo fue por accidente, un padre ausente, obrero raso que se sabe un invisible social, y la de un hijo que ha acumulado orfandades desde su nacimiento y ha sido arrojado por el destino a la calle de la supervivencia. Tras el encuentro fortuito en el metro, la comunicación entre ambos tiene que atravesar un muro de ausencias, de odios y llantos contenidos, de verdades ocultas, de amores aplazados. Allí, en ese planteo existencial, Velandia matiza el dolor del reencuentro con un fino humor de raigambre puramente bogotana, que saca risas sordónicas entre el público.

Esa barrera comunicativa entre padre e hijo parece encontrar en el dispositivo del teléfono celular un flujo que pronto los irá acercando. Allí, el director echa mano de la inteligencia artificial como tema, como referente mediático; el algoritmo se torna personaje dialogante en la escena; se ironiza, se caricaturiza y se corporeiza a través de la actriz Laura Angel, que con su voz artificiosa y gestualidad robotizada, sabe sacar provecho de este referente virtual que está cambiando la vida de muchas personas (es el culpable de que estén perdiendo el empleo cientos de terapeutas y psicólogos, se le alcanza escuchar a un personaje). Me temo que la IA comenzará a volverse lugar común en la escena de estos tiempos, y no siempre tendrá buenos resultados. Acá La Congregación prescinde rápidamente de ese recurso, ante el rápido agotamiento de su narrativa.

El drama del reencuentro va dejando atrás ese filtro de humor que ha sido administrado en pequeñas dosis y que le sientan bien al equilibrio de la escena, y pronto se va decantando hacia una suerte de melodrama, con toda su carga de realismo acentuado, de ese que apunta a la emocionalidad fácil y ligera. Entonces el odio contenido del hijo hacia su padre deriva en una la pelea a puño, en una escena que abandona toda poetización y deja al descubierto, en adelante, las costuras de una historia que transita hacia un realismo trágico sin mayor sustento, sin apenas atmósferas que lo justifiquen. 

La Congregación apuesta por un lenguaje presentacional, en virtual del cual los actoresestán performateando con frecuencia a sus personajes, los exhiben ante el patio de butacas, los acotan, los explican, los desmienten, los resitúan, los interrumpen, los llevan a un lugar extraordinario donde la música, interpretada por los mismos actores, se alza como un espacio liminal por el que transitan los grandes temas de la banda Sui Generis, que calan en el público por su evocación poética de crónica urbana, de desasosiegos, de frustraciones acumuladas, de desvanecimientos,como en aquella Canción para mi muerte, que parece inspirar el desenlace trágico.

“El lugar del otro” conserva esa calidad plástica de la puesta en escena que identifica la grafía estética del grupo bogotano, rica en la exprevisidad del espacio, de la exploración de ese vagón de metro que se insinúa, de unos personajes muy bien construidos e interpretados en sus pliegues cómicos, dramáticos y melodramáticos; de una musicalidad que amplifica la poética y que le imprime un ritmo parejo a esta historia de soledades y amores difíciles.

*Docente, universidad de Manizales.