2 de septiembre de 2024
Habüb o la tormenta que fertiliza La Vorágine
Wilson Escobar Ramírez
La Vorágine, la novela fundacional de los relatos sobre el extractivismo y la explotación de las comunidades indígenas de la selva amazónica, sirve de pretexto para subir el telón del 56 del Festival Internacional de Teatro de Manizales. Ya con el telón arriba una gran malla cubrirá el escenario del Centro de Convenciones Teatro los Fundadores para narrar con un sonido envolvente, música en vivo, videomapping y artistas en escena, la tormenta de ‘Habüb, escrituras de arena y agua’, una performance del grupo colombiano La Quinta del Lobo, en coproducción con El Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella y la Universidad de los Andes.
TEXTOS dialoga con Carmen Gil Vrolijk, artista transdisciplinar, curadora y teórica, quien dirige este montaje inaugural.
¿Cómo fue el proceso de creación de Habüb? ¿De qué manera la obra literaria les acompañó en ese proceso, entendiendo que si bien no se trata de una adaptación del texto de José Eustasio Rivera, este sigue siendo un referente base de la creación.
El proceso de creación parte de unas reflexiones o ideas que empezamos a compartir en el grupo. En este caso es un Haboob, esa tormenta de arena que nace en el desierto del Sahara y viaja por el océano Atlántico, entra a Colombia por la Guajira, afecta la sierra Nevada, atraviesa nuestra coordillera andina y llega hasta el Amazonas a fertilizar la tierra.
Nuestras reflexiones muchas veces parten de fenómenos científicos, de dinámicas invisibles o poéticas, y luego buscamos darle a esas ideas una imagen, un espacio. Lo primero que se me ocurrió en algún momento era desarrollar un ejercicio que tenía más que ver con una visualización de datos, con una visualización desde la imagen y desde la música de ese fenómeno del haboob.
Al hilo de la pregunta anterior, ¿la propuesta performativa ofrece una perspectiva crítica y/o revisionista a la obra original de la que parte?, o en ella podremos encontrar el espíritu de este clásico de la literatura colombiana.
Todos habíamos leído el libro en el colegio y teníamos una idea de él, pero creo que hoy en día se ha resignificado mucho, porque si bien tiene cien años es muy actual. Es una obra muy poética, para Camilo Giraldo -que es nuestro director musical- este aspecto fue muy importante para entender la musicalidad y cómo traducir ese viaje, ese recorrido a paisajes sonoros y a canciones. Entre los dos empezamos a buscar letras, textos, para escribir las canciones que se inspiran un poco en los ritmos llaneros y en los sonidos de la selva.
Para mí releer La Vorágine implicó entender de qué habla. Es verdad que nos habla de unos lugares maravillosos y fanstásticos, pero también lo hace sobre el extractivismo y el genocidio cauchero, y sin embargo es una voz blanca, una voz colona. Entonces nos preguntamos dónde están las voces de los indígenas, de las comunidades originarias. A partir de esas preguntas decidimos viajar a La Chorrera, que es el lugar donde suceden hechos muy importantes de la historia, y nos sorprendió cómo aún se pueden ver las cicatrices de aquel período en la corteza de los árboles.
Huellas que también están en la corteza de las generaciones de hoy…
Sí, allí nos conectamos con dos comunidades que son los Huitoto Necaillen, el Clan de la Garza Blanca, y los Ocaina, el clan de la Hormiga. Nos contaron que sus abuelos no querían hablar del genocidio cuachero por lo que suponía recobrar esas imágenes de violencia, pero ellos sí querían hacerlo porque era como cerrar ese canasto del sufrimiento y abrir el canasto de la abundancia, superar ese pasado para no repetirlo y, fundamentalmente, para intentar entender al hombre blanco.
Entonces, el proceso de creación fue releer el libro, entender qué estaba dicho allí, qué faltaba por decir, qué se podía interpretar o traducir desde nuestro lugar, que es un espacio muy contemporáneo.
¿Cómo llegaron a la puesta en escena, o mejor decir, a la puesta en performance?
Nosotros no trabajamos con guiones, en el sentido tradicional del guion, sino que lo hacemos a partir de intuiciones, de espacio, de sonido y de imagen. Lo primero que se me ocurrió para traer a la escena a un haboob fue una gran malla que pudiera estar sobre el público, lo envolviera y lo invitara a vivir desde adentro ese universo.
El reto de la puesta en escena era encontrar un lugar donde pudiéramos hablar desde nuestra voz y teniendo en cuenta las otras voces que aparecieron en el proceso de investigación. En La Quinta del lobo nos preguntamos cuál es nuestra voz, nosotros que somos hijos de la tecnología, tenemos una formación muy híbrida y estamos atravesados por la música clásica, el canto lírico, la voz decolonial y experimental. Cómo hacer para no exotizar y no hacer extractivismo en la escena y, por el contrario, decir con una voz propia que hable de las comunidades, pero con ellas.
En el encuentro que tuvieron con las comunidades del Amazonas y, en particular, con la comunidad de La Chorrera, ¿qué se encontraron? ¿Saben ellos de la existencia de la obra literaria? ¿Las generaciones indígenas de hoy la han leído? ¿Cuál es el imaginario o los imaginarios que se tienen desde adentro de la selva amazónica en relación con lo que de ella se ha contado?
En La Chorrera, que es el lugar donde los Huitotos fincan el origen de su cultura, nos dimos cuenta que las comunidades tienen lugares a los que no pueden entrar, porque sienten que la selva, la naturaleza, es más grande que nosotros y es eterna.
Ellos claramente han leído La Vorágine, es una comunidad muy ilustrada, que está muy conectada con esos procesos, que saben qué significan. Ese puente que establecimos con ellos fue vital para entender la manera como debíamos enfrentar el proceso creador porque para ellos el arte y la naturaleza son la misma cosa, no distinguen una cosa de otra.
El Cacique Marcelo Buineje, que ha hecho un trabajo de reparación y restauración de lo que fue la masacre cauchera, hizo una reflexión muy bonita cuando vio el final de la obra. Se trata de la imagen de un hilo de arena que cae mientra se escucha una letanía del verano, grabada con la voz de él y la de su nieto en la maloca, y en la que cantan para que llegue la lluvia, para que la cosecha crezca y la chagra sea fértil. El cacique nos dijo que para ellos ese final era como ver a Naaineuma, el dios de lo desconocido, de lo que no se puede explicar.
La performance está pensada como una experiencia envolvente para el espectador. El teatro Fundadores es un espacio convencional. ¿Cómo se plantea el espacio escénico de la función inaugurual?
La adaptación que traemos para el Festival de Manizales es para un proscenio a la italiana, tradicional, pero conserva muchos elementos de lo que es la performance en su concepción original, de modo que la experiencia individual y colectiva del público es muy cercana y vivencial.